Cada 25 de julio no es simplemente un día más en el calendario. Es una fecha profundamente simbólica, un
momento para mirar con respeto y admiración a las mujeres afrodescendientes, esas mujeres valientes que, día
tras día, han sabido resistir con dignidad frente a un mundo que muchas veces les ha sido injusto.
Esta conmemoración nació en 1992, cuando mujeres de distintas
partes de América Latina y el Caribe se reunieron en República
Dominicana. No fue una reunión cualquiera. Fue un grito colectivo,
una afirmación poderosa: "Estamos aquí, existimos, luchamos y
merecemos ser escuchadas." Desde entonces, el 25 de julio se
transformó en un símbolo de la fuerza de las mujeres negras, no solo
por lo que han soportado, sino por todo lo que han construido.
Ser mujer afrodescendiente no es fácil. Significa enfrentar barreras que
no siempre se ven: racismo, desigualdad, estereotipos, exclusión.
Pero
aun así, ellas están. Están liderando comunidades, cuidando familias,
enseñando, sanando, creando, soñando. Están transformando
realidades con una resistencia silenciosa que a menudo el mundo no
reconoce como debería.
Este día nos invita a abrir los ojos y el corazón. A escuchar historias
que han sido invisibilizadas. A valorar todo lo que las mujeres
afrodescendientes aportan a nuestras sociedades: su cultura, su
sabiduría, su arte, su alegría, su fuerza. No es un favor que les
hacemos; es una deuda que tenemos con la historia.
En cada rincón de nuestra región hay una mujer afrodescendiente que,
con coraje, sigue caminando a pesar de las piedras en el camino. Este
25 de julio, miremos más allá de la fecha. Miremos a esas mujeres con
empatía, con respeto y con un compromiso verdadero de construir un
mundo más justo, donde ya no tengan que luchar tanto para ser vistas
y escuchadas.
Porque no se trata solo de conmemorar un día. Se trata de reconocer
una historia viva que sigue latiendo en sus voces, en sus pasos y en su
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